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IV.- Parada en la ventana dejaba resbalar mis dedos persiguiendo las gotas sobre el cristal

IV.- Parada en la ventana dejaba resbalar mis dedos persiguiendo las gotas sobre el cristal

A falta de misterios y aventuras me gusta desentrañar sustantivos. Alegría, Consuelo, des-consuelo. Algunos nombres involucran su sentido:

“Huele de Noche” ¿Lo has oído nombrar?... Es un pequeño árbol, casi un arbusto, que combina en el nombre dos imágenes. Aromas y tinieblas; crecía uno en el patio de mi casa y convocaba todo lo que su nombre prometía. Sus pequeñas y blancas flores eran azahares y su aroma dulce, casto hoy perdido, emergía entonces durante la noche. La invadía, como lo hace ahora con las sombras de mis olvidos. —Para mí, Huele de noche, tu nombre, es un poema—.

Me gusta la noche. Todo puede suceder en ella; la aventura, el peligro y también los amores que se esconden en variadas fragancias. De noche, hasta las piedras hablan. Y claro que hablan porque no están inertes. Basta ver el musgo que crece en ellas, cuando las acaricia el agua.

La caricia del agua… Hubo tardes en que parada en la ventana, dejaba resbalar mis dedos, persiguiendo las gotas de lluvia sobre el cristal, para inventar caminos con ellas. Era muy niña entonces, pero ya me sentía deseosa de abandonar mi refugio para empaparme. Mojarse bajo la lluvia era hacer lo prohibido. Era empezar a irme.

¿Qué a dónde quería irme? Tenía dos mundos. Cuando no estaba a gusto en uno, volaba al otro mi corazón de niña. Mi cuerpo no volaba. Necesitaba caminos. Por eso los inventaba a todas horas. Los construía con mi bolsa de piedras. Las tenía de todos los tamaños y colores. Sabía elegirlas para mimetizar el paisaje de mi destino. ¿Qué pasaría con mi bolsa de piedras? ¿Dónde se habrá quedado? No creo que me las tiraran. Debo haber abandonado mi bolsa de piedras en el mar. Frente a él, no se necesitan caminos.

Amaba el mar, bajo cualquier circunstancia. Su vastedad, sus estruendos. Sus orillas tachonadas de conchas.

Añoro aún sus colores cambiantes, verde profundo cuando me bañaba y azul grisáceo por las tardes, es que el mar se vestía de tristeza en la tarde, porque no me acunaba más. Para estar cerca, recurría a la búsqueda de conchas entre la arena. Los pies desnudos, el agua acariciante.

Yo en comunión con Él.

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