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II.- El café de Morgan ocupa una de esas casonas con sabor a siglos que tanto abundan en la ciudad

II.- El café de Morgan ocupa una de esas casonas con sabor a siglos que tanto abundan en la ciudad

La misma tarde entramos al Café de Morgan. Ocupa una de esas viejas casonas con sabor a siglos que tanto abundan en la ciudad. Sus pisos de ladrillo brillan desgastados por el ir y venir de sus moradores. Desde siempre han sido humedecidos para refrescar la temperatura, también desprenden el suave aroma de la tierra mojada.
En el área posterior, en la que da al patio, nuestras seis mujeres conversan. Los movimientos y sonidos de los demás comensales no llegan a ellas. Están en un mundo propio. Han llegado a un acuerdo; Si es cierto que la palabra es bisturí que aunque flagele cura, ellas también escribirán. Si no logran otro resultado, al menos ellas no pagarán los servicios de un psiquiatra. A partir de ahora, van a reunirse aquí para exponer lo que a solas escriban. Deben decirse a si mismas lo que nadie escribiría, y también escribir lo que a nadie dirían. El cómo y el cuándo, también lo han decidido ya.
Voces y fragancias, se mezclan hechiceras y se esconden en el estanque de piedra que se ubica en el medio del patio. O tal vez se refugian en el toronjal que lo sombrea y casi pierde sus ramas por el peso de los frutos que ostenta orgulloso. O viajan en la esencia frutada que invoca a la infancia, mientras flota en la noche estival.
A un lado de su mesa, dominando patio y entrada, está colocado un cuadro. En él aparecen una mujer y una niña. En su entorno flotan abecedarios y mariposas que también invaden sus vestidos. Los rostros de las dos se parecen tanto que pudiera decirse que son una y la misma. La mujer; Con el cuaderno sobre el regazo, escribe; La niña sonríe.
Las dos ocultan el fulgor de los ojos bajo los párpados. Es una pintura sencilla, casi un dibujo, pero es indiscutible que tiene algo; como si el pintor las hubiera captado en un instante fuera del tiempo.

La niña tiene la boca fruncida en un pequeño mohín indefinible. Su moño es una mariposa que cansada de volar se posa sobre su pelo. Su gesto inquiere. Pareciera que ella está a punto de volar y abandonar el cuadro.
No hay más cuadros en el corredor;
tal vez por eso llama la atención
... Tal vez.

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