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EntreCaracoles

CAPITULO TRES.- Esther

CAPITULO TRES.- Esther


Cantar cantando, sin sentir sintiendo,
los cantares de tu río invadieron mi vientre.
Ahora puedes verte reír
en los verdes renuevos de las vides.

I

Han pasado siete días desde el recital y es viernes. Ahí están cinco de ellas absortas, perdidas en la otra que les habla en un tono tan bajo como íntimo. Su voz no llega más allá del patio, como si los enormes muros del Café de Morgan fueran cómplices de su desahogo.
En la pared, muy cerca de su mesa, dentro del cuadro que ya conocemos, la mujer y la niña.
Es Graciela la que habla y está diciendo:

—…No le pregunté a mi papá cómo eligió la fecha de mi boda. Agradecida me sentí de que no me eligiera al esposo. La fecha del matrimonio era lo de menos, no me atreví a discutírsela…—
En ese momento eleva casualmente la mirada hacia el cuadro, la clava en él y de pronto sorprendida, se tapa la boca con una mano, y deja de hablar mientras piensa: —Este cuadro, Dios mío, este cuadro... Parece que me está oyendo y luego… la niña me guiñó el ojo. ¡Juro que me lo guiñó! Claro que si hablo sola, ¿por qué va a ser raro que los cuadros me guiñen el ojo?
Este diálogo interior fue tan fugaz, que las otras no perciben la interrupción. Aún así Graciela continúa diciéndoles:

No vayan a pensar que estoy loca, pero la niña pareció animarme. En fin, de cualquier manera iba a decirles que fue así, hablando sola, como preparé lo que voy a compartirles. Pero no las demoro más, aquí tienen lo escrito—. Suspira, toma las páginas que tenía abandonadas sobre la mesa e inicia sin más preámbulos su lectura:

Es tanta la costumbre que tengo de hablar y hablar conmigo misma, que me limita, porque no sé ni por dónde empezar. Todo tema me parece iniciado, pero algo debe haber que no toco. Eso es lo que traté de encontrar, tal como lo acordamos. Empezaré por lo más importante para mí: Mi realidad de esposa y madre.

Debo decir más de esposa que de madre, sobre todo porque ya no soy capaz de verme desde otro ángulo.

Me casé antes de saber que mi destino podía decidirlo yo.

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