Blogia
EntreCaracoles

VII.-Qué diría mi marido si supiera...

VII.-Qué diría mi marido si supiera...

III

Graciela regresa a casa sacudida por una mezcla indefinible de emociones. Inquieta por haber cometido lo que considera una indiscreción respecto de su vida íntima, aunque agradecida también por la delicadeza de sus amigas.
Las conoce y sabe que morirían por saber un poco más de ese misterio que ella develó apenas, sin embargo, ninguna la cuestionó ni siquiera bajo pretexto de ayudarla a revisar ese punto trascendental en su vida, respetaron su levedad. Piensa en Consuelo, la imagina preparándose para escribir en ese mismo momento. Así, de manera casi inconsciente inicia su monólogo:
—Ay Señor, qué diría mi marido si supiera que he sido capaz de mostrar lo que escribí y de hablar acerca de nuestra vida íntima. Se que no fui demasiado clara, pero, para mi caso, lo que dije era más que suficiente, me ayudó a conducir mis pensamientos, aunque me preocupe lo dicho, sobre todo cuando una de las cosas que más admiro de mi gordo es su perfecta discreción.
No siempre fui la que soy. Él tuvo necesidad de perdonarme mucho; desde la desconsiderada costumbre de agredirlo verbalmente aprovechando mi verborrea y su incapacidad para discutir conmigo, hasta mis faltas más graves y manías como esposa. Y ahora vengo yo, y lo pongo en evidencia.

No tuve mala intención. Me atreví porque necesitaba revisar mi vida para seguir caminando. Los muchachos se han ido a la universidad. Nuestras actividades han cambiado y hoy más que nunca nos necesitamos el uno al otro.

En verdad quiero ser mejor de lo que hasta hoy he sido y sólo desenredando esta madeja podré lograrlo.

Escribir todo esto ha sido una gran ayuda para entenderme y afortunadamente, después del apuro con el que inicié, ahora siento la necesidad de expresarme y como nada me impide continuar escribiendo, lo haré a partir de hoy, me lo propongo—.

Esa noche, Graciela enciende la luz de su cabecera sin que su marido siquiera parpadee. Es habitual para ella acostarse a dormir tan temprano como un infante, y despertar a las tantas de la madrugada, ahora para escribir en el cuadernillo que mantiene al lado de la cama.
Su habitación resulta grata a pesar del desaliño propio de la noche, se respira serenidad en ella. Se vuelve a mirar a su marido y se le acerca para darle un ruidoso beso en la mejilla. También a estos desplantes está él acostumbrado. Sólo aprieta los ojos y se vuelve de costado para continuar durmiendo, mientras ella se instala pluma en mano:

Mírenme aquí, otra vez escribiendo. Si me hubieran dicho hace un mes de lo que iba a ocuparme, no lo hubiera creído. Nunca pensé que pudiera encontrar tanto gusto en estas reflexiones. Mi gordo sigue durmiendo, pobre, casi lo despierto. Sé que lo perturbo y aún así no puedo evitar besarlo; es casi una travesura.

Aunque, no siempre es travesura. A veces, cuando al despertar lo miro y noto su palidez, o las nuevas arrugas de su cara, o lo oigo como aquélla noche, llorar en sueños, me nacen unas ganas enormes de tocarlo, pero también de rezar.

Sólo imaginar la vida sin él, me inunda los ojos.

En esos momentos me acerco y lo beso con suavidad porque necesito atraparlo de esa manera,

no sé bien ni qué es lo que deseo,

pero sí sé que lo sobresalto.

0 comentarios