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EntreCaracoles

XIII.-Llegué a tener una casa que parecía de juguete

XIII.-Llegué a tener una casa que parecía de juguete

Llegué a tener una casa que parecía de juguete


No te lo había dicho.

Llegué a tener una casa que parecía de juguete. Ahí vivíamos nosotros, entre muebles labrados, cuadros antiguos, esculturas de coral, tallas en madera, colchas tejidas a mano, candiles, candelabros y qué se yo cuántas cosas más. De todo tenía mi casa.

Creí que poseía mucho y al fin vine a darme cuenta que todo aquello me poseía a mí.

La esencia de la casa me salvó. Por las noches abandonaba mi lugar en la cama para sentarme en un sillón en el recodo del pasillo, frente a la cruz de piedra. Ahí me daba por llorar. Los sentimientos se amalgamaban para hacer de mis lágrimas dulcedumbre.

Fue en esas noches que percibí que yo había sido sólo el medio para devolverle su belleza a la casa. Aunque daba pena verla cuando la conocí, era fácil adivinar lo que podía volver a ser con un poco de amor. Se lo di y resplandeció. También por amor, la casa pedía ser compartida. No eran sólo para nosotros sus resplandores. Nosotros, somos mi marido, mis cuatro hijos y yo.

Pero cómo no compartirla, si yo jugué en la casa que no era mía. Tenía que dejar que otros jugaran en mi casa de muñecas. Renunciar a lo acumulado.

Cuando la abrí para todos, no hubo ni siquiera un objeto que reservara para mí. La colección de caracoles la coloqué ahí nomás, al pasar de la reja de entrada.

No me costó trabajo dejar todo.

Era el momento para hacerlo.

Fue así de fácil. Igual que entregué las muñecas.

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