II.- Asomada al espejo, la otra acostumbraba ser una niña de ojos dormidos
Asomada al espejo, la otra acostumbraba ser una niña de ojos dormidos, acunados bajo la curva de las pestañas. Un día, sin saber cómo ni cuándo, se fue la niña y una mujer tomó su lugar.
Sé que soy yo. Lo admito pero no me gusta. No me parece justo venir a ver ahora a esta mujer entrada en años y en carnes, sin que antes hubiera pasado por el espejo, la joven mujer que también tuve que haber sido.
Mi niñez se estiró tanto que no sentí llegar a la joven mujer. ¿Será porque llené cuadernos por castigo? No quiero ser mayor; no quiero ser mayor escribía, y algo pasó mientras hacía mis planas, porque crecí sin darme cuenta.
No te puedo decir si así lo quise. Se dice el santo pero no el milagro diría la dama del pasado. Yo callo. Guardo las cosas.
Ya lo hacía entonces, y lo hago ahora que las otras me hablan desde dentro. Me piden que les permita ser. Que les devuelva el tiempo perdido. Y cómo si la de la pérdida fui yo, que no sentí llegar la edad de hacer lo que quisiera, ni fui lo suficientemente mayor para mandarme sola.
Para llenar el vacío, cuelgo mi columpio del tiempo y ahí vamos, arriba y hacia atrás, abajo y otra vez adelante. Con la mirada puesta en un ángulo distinto, podemos alcanzar ahora el ayer, después el hoy.
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Serendipiti -